19 de marzo de 2015

¡ME MUDO!

Hace muchísimo tiempo que este blog está inactivo. Sin embargo, hace poco volví a añorar el poder escribir, desahogarme como me gustaba hacerlo y comentar cualquier cosa que se me pasase por la cabeza. Y decidí empezar de nuevo. Me pareció la mejor opción. Este blog ya no casaba bien con la idea que tenía en mente y, además, no me identificaba con todo el contenido que había escrito. Así que decidí crearme uno nuevo: Donde las olas suspiranSé que dispongo de muchos seguidores y no me gustaría que me perdieseis el rastro. Así que, si os interesa, podéis pasaros cuando queráis. Además, cabe añadir que este blog jamás desaparecerá del mapa. Por eso no os preocupéis.


¡Un saludo y espero que me acompañéis en esta nueva etapa!

6 de marzo de 2014

Evanescencia.

Ni siquiera os habéis fijado cuantos días llevo sin actualizar, ¿verdad?
Suponía que, tarde o temprano, pasaría esto. En realidad, siempre ha sido así.
La gente se suele preguntar el porqué se abandonan los proyectos. Muy fácil. Incluso nuestro organismo se basa en mecanismos de retroalimentación negativa; en mecanismos de feedback, que se llaman. Si pongo todo mi esfuerzo en actualizar todos los días y no veo respuesta por vuestra parte, ¿cómo pretendéis que lleve esto adelante? Tan simple como el condicionamiento operante.
Por lo que, bueno, no sé cuándo volveré (si es que lo hago algún día). Supongo que a nadie le importa.

14 de febrero de 2014

"7 mil millones de humanos buscando lo mismo"

No me gusta esa frase porque da por hecho que todos los seres humanos buscamos lo mismo. Qué estupidez, ¿no?

Es algo que se suele pensar. Todos tenemos el mismo propósito, el mismo objetivo. Por eso estamos aquí. No sé, es lo que me viene al leer esa frase. El ser feliz. A eso se refiere, ¿no?


Y volvemos al tema -otra vez- de la felicidad. ¿Qué es la felicidad? Un concepto, abstracto, que nos han metido por los ojos y por las orejas a más no poder: "Hace falta ser feliz por encima de todo", "sufrir está mal", "felicidad es alegría y sonrisas". Si no estás así, mejor que te mueras, porque estás mal de la hostia. Te deprimirás y enfermarás -física o mentalmente- y necesitarás un puto psicólogo.


Dios, qué problema tan gordo. Y en realidad, el problema es no saber adaptarse y sacarle partido a toda situación o circunstancia que te venga. Para eso no necesitas a otra persona que te lo diga. La vida es como una montaña rusa. Habrán subidas que cuesten; pero también bajadas que alivien.
En eso consiste. Aguantar las vicisitudes de la vida a pesar de pasarlo un poco mal. A todos nos pasa. Estamos hechos para frustrarnos, enfadarnos, llorar, reír, levantarnos. Para el dolor.


Y bueno, después de esto, sería estúpido perseguir algo como la felicidad. Nadie antes ha sido capaz de definirla. Cada individuo obtiene felicidad de diferentes cosas. No todos somos iguales, ni tenemos las mismas necesidades, ni las mismas prioridades. Sería ilógico coincidir, pues, en ella puesto que cada uno tiene, por así decirlo, su propia definición. 


Como veis, los 7 mil millones de humanos no buscamos lo mismo. Que obtengamos placer o «felicidad» (siempre entre comillas) de las mismas cosas es diferente. Claro que puede haber alguien que busque y obtenga la misma satisfacción haciendo lo que hacemos, pero, caemos en la tentación de perseguir aquello que ni nosotros mismos somos capaces de definir. La felicidad, el amor, la verdad, la justicia...

Que joder. Cada persona tiene su proyecto de vida. Personal. De ahí la palabra. No todo el mundo tiene los mismos objetivos, ni las mismas aspiraciones. Y  siento que me estoy explayando más de lo debido. De hecho, los filósofos lo llevan estudiando toda nuestra existencia. Y, ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca encontrarán la respuesta. Porque ahí está la gracia de la vida y de vivir, valga la redundancia.
No saber qué buscamos. Simplemente, avanzar. Y aprender lo máximo de las posibilidades que la vida nos ofrece, que son infinitas.

13 de febrero de 2014

Retazos de sabiduría escondidos en páginas de libros (El arte de amargarse la vida).

«¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, déle unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner a esta situación totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero. Justamente, sus ideas fantásticas,su estupidez trivial, es lo que querrá conservar...» 

Estas palabras proceden de la pluma de un hombre, que Friedrich Nietzsche consideraba el mayor psicólogo de todos los tiempos: Feodor Mijailovich Dostoievski. En realidad dicen, bien que en un tono más elocuente, lo que la sabiduría popular lleva expresando hace tiempo: nada es más difícil de soportar que la continuidad de los días felices. 
Ya es hora de acabar con los milenarios cuentos de viejas que presentan la felicidad, la dicha, la buena fortuna como objetivos apetecibles. Demasiado tiempo se ha tratado de convencernos -y lo hemos creído de buena fe- de que la búsqueda de la felicidad nos deparará felicidad
Lo gracioso del caso es que el concepto de felicidad ni siquiera puede definirse. [...] En realidad, no deberíamos sorprendernos de ello. «¿En qué consiste la felicidad?».
[...] No nos hagamos ilusiones: ¿qué seríamos o dónde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar, en el sentido más propio de esta palabra.

12 de febrero de 2014

Tú (IV).

Guardo lluvia en el pelo, en el abrigo, en las zapatillas y en los párpados por si algún día la necesito. Almaceno frío en mi piel, en mis músculos y en mis huesos para que seas tú el que produzca el deshielo. O el incendio, como tú prefieras. 
Cuando ando por el camino al que llamamos vida, soy capaz de vislumbrar cada fibra de tu ser. Y no es coña.
Me imagino que cada nube es una célula de tu cuerpo y que el cielo en su conjunto es tu piel; . De esa forma, cuando miro al cielo, te pienso. Y cuando el frío roza mi piel, te siento. Y cuando la gota de lluvia que cae recorre mis mejillas lentamente para acabar en mis labios, me besas. 
Y así.

11 de febrero de 2014

Tú (III).

Solo me apetece dormir hasta que mi cuerpo diga "ya basta". 
Quedarme así, observando como la luz se filtra por las rendijas. Como el día, a pesar de todo, me saluda con su mejor sonrisa. 
Y yo, yo quiero darle la espalda y seguir, como si la cosa no fuese conmigo, y despertar dos semanas después. Con una persona a mi lado. Abrazándome mientras duermo, como si incluso en ese momento me estuviese diciendo "no me pienso separar de ti" y "tranquila, conmigo estás a salvo". 
Y observar entonces cómo cambia la visión de esta misma ventana y de este mismo despertar.

10 de febrero de 2014

Tú (II).

Porque si tú te caes, yo me caigo contigo. 
Porque si tú te encargas de mi corazón, de cuidarlo y mimarlo como si fuese tu propio corazón, yo me encargaré del tuyo. 
Porque todo lo tuyo es mío y lo mío es tuyo. 
Porque si tú, yo.

9 de febrero de 2014

¿Compasión o justicia?

Justicia. Me explico.
Para entenderlo mejor, acudo a un ejemplo que dio este año mi profesor de Filosofía, el cual siempre acababa yéndose por las ramas. Aún siendo cura, nos explicó que le parecía una gilipollez el hecho de que a Dios se le considerara bueno y justo. Más que nada porque ambas «virtudes» son incompatibles entre sí. Y tras decir esto, nos puso un ejemplo que recuerdo perfectamente:

"Poneos en la piel de un profesor. Descubrís a un alumno copiando. Lo más justo sería suspender a dicho alumno. Seguramente, si el profesor es bueno, pasará por alto este hecho.
Obviamente lo que en realidad es correcto es que, todas las personas que tengan un mínimo de autoridad -ya sea en sus vidas o cuando de él dependan otras-, sean justas. No caigan en favoritismos, compasión o bondad porque, si alguien ha hecho algo malo, debe ser castigado o penado por ello. Aparte de que así, se evitará que a largo plazo siga produciéndose ese hecho.
De hecho, es un error caer en la bondad y en la compasión perdonando cuando la persona debería ser penada. Eso, a veces, es la razón por la cual suceden cosas que quizás se podrían haber evitado.
Que vale, que es verdad que es imposible resistirse a veces, pero en la medida de lo posible hay que buscar la justicia, aunque a veces tengas que dejar la compasión y la bondad a un lado."

¿En mi opinión? Dependería del caso. Sé que soy buena y compasiva (a veces, sin poder evitarlo), pero soy consciente de que la justicia es más importante. Dependería del caso. No podría afirmar que sería siempre justa porque quizás, en situaciones extremas, no aplicaría la justicia. Pero vamos, en general, pienso que la justicia es aquello por lo que debemos luchar. Que no sea un concepto meramente utópico; que pase a ser viable. Sobre todo para aquellas personas con más autoridad y para las que tratan de juzgar, sentenciar o educar.

8 de febrero de 2014

Tú.

Y ser tus ojos el único paisaje que vea.
Y ser tu sonrisa el único precipicio que recorra. 
Y ser tus lágrimas la única bebida que tome. 
Y ser tu cuerpo el único manjar que pruebe. 
Y ser tú, el único capaz de ser conmigo.

7 de febrero de 2014

Más vale tarde que nunca.

Queridos Reyes Magos:


Ya sé que llego un poco tarde. Ya sabéis que a mí eso de llegar pronto nunca 
se me ha dado bien. Bueno, en realidad ahora sí. ¿Hablamos de mi vida, no?
Pues eso. Que paso de soltar cuatro frases bien puestas. Nunca he creído en 
vosotros, ¿sabéis? Siento decepcionaros, pero siempre he sido más de Papá 
Noel.  Nunca he esperado nada de vosotros porque nunca me habéis dado
motivos para ello.  Que bien, no me quejo. Con recibir regalos en Navidad 
me basta. Ese gordinflón me cae bien. Al caso, que veo estúpido pediros algo. 
Sé que no me lo traeréis. Además de que, no quiero nada material. 
Todo lo que me falta es una persona, ¿me la podéis envolver y 
dejármela debajo del árbol? ¿No, verdad? Entonces nada. No os molesto
más. Seguid con vuestro camino que habrán un montón de niños 
esperando que sí les llevéis algo. Yo me conformo con preservar todo
lo que tengo ahora y ser yo misma quien consiga aquello que quiero.
Aunque bueno, si tras esta carta decidís ingresarme anualmente
por estas fechas 100 euros o más no os diré que no. Me ayudará mucho 
para conseguir lo que deseo. Pero si es mucho molestia no, ¿eh? 
Fijaos lo buena que soy. Carbón a mí nunca.

Y eso, ¡bon voyage!

Un saludo, Aida.

6 de febrero de 2014

Aquí y ahora.

Cuando conozco a alguien, tengo la sensación de que aparece justo en el momento adecuado. Es como si el Universo conspirase e hiciese todo lo posible para que, por casualidad, te topes con ese alguien. Para que lo aproveches; le saques todo el jugo.

Cada uno de nosotros es un mundo

Siguiendo esa metáfora, yo he estado en muchísimos. Y quizás venga al caso. Sí, viene. En cierto modo soy como Sora en el Kingdom Hearts. Desde el principio del juego sabes que está solo. Y lo estará siempre. Pero cuando más lo necesita, aparece alguien en el que apoyarse. Alguien que le ayudará en su camino; en sus viajes a través de todos los mundos, de los cuales aprenderá.
Esa es una razón por la que me gusta conocer gente. Me gusta viajar de una persona a otra. Conocer cada rincón, cada callejón, cada recoveco, cada misterio.


No cambiaría por nada en el mundo, pues, el haber conocido a todas las personas con las que me he topado. Si las hubiese conocido antes, no me hubiera ido ni mejor ni peor. Como ya he dicho, aparecen justo cuando los necesitas. Personas que se adaptan a tu forma de ser. La del momentoPensadlo. Realmente, si hubiese conocido a personas que ahora están a mi lado hace tiempo atrás, ¿quién nos diría que mantendríamos la misma o mayor relación que la que tenemos ahora? Seguramente sería al contrario, no encajaríamos. 

Aida ha cambiado a lo largo del tiempo. Bueno, es que en eso se basa la vida, ¿no? Siendo aún más concreta, las personas son las que nos cambian. Lo que experimentas, lo que vives, lo que padeces mediante o a través de ellas. Y lo que haces por ti mismo; lo que descubres. Todo es capaz de moldearnos y, para qué engañarnos, no solo el Universo conspira para que conozcas a alguien sino que o la descartas y se va alejando con el tiempo o simplemente dicha persona aparece y permanece por el hecho de encajar contigo. Quizás se quede; quizás no. Eso no podrá saberse.
Una cosa si os digo. Todo (o casi todo) en esta vida tiene fecha de caducidad. Es la condición por el hecho de vivir, aunque suene un poco fatalista. Quizás desde el principio ya se pueda saber aproximadamente quién se va a quedar o no. Llámalo intuición. Qué sé yo. Lo que sí sé es que no cambiaría por nada del mundo lo que tuve y lo que tengo actualmente. Incluso las personas que no están y no quería que se fuesen; los que vinieron para quedarse; con los que empiezas bien y acabas mal; los que pasaron desapercibidos. Todas y cada uno de ellas te han hecho ser como eres en cierto modo.
¿Por qué alterar, pues, el espacio-tiempo para poder pasar más tiempo con una? Vino cuando debía venir y punto. Qué más da cuándo lo haga si acaba haciéndolo. Ese es el caso.
No importa cuándo si, a partir de ese momento, vas a aprender, conocer, querer y a pasar todo el tiempo posible con esa persona.

Lo demás, queridos lectores, da exactamente igual. Siempre vas a estar pensando que te ha faltado tiempo, a pesar de haber pasado casi toda tu vida con una persona.

Qué se le va a hacer. Somos así.

5 de febrero de 2014

Ambiente familiar.

Gracias al último examen que tuve ayer (¡SÍ, POR FIN HE ACABADO!), pensé muchas cosas sobre el ambiente familiar.
Lo importante que es lo comprensivos y afectivos que sean los padres con sus hijos. De hecho, una de las cosas que tenía que estudiar era el tipo de relaciones que pueden existir. Hay cuatro tipos:


Afecto y comunicación





Control y exigencias
-Alto
-Afecto y apoyo explicito, aceptación e interés por las cosas del niño; sensibilidad ante sus necesidades.
-Bajo
-Afecto controlado, no explicito; distanciamiento, frialdad en las relaciones; hostilidad y/o rechazo.
-Alto
-Existencia de normas y disciplina, control y restricciones de conductas; exigencias elevadas.


DEMOCRÁTICO


AUTORITARIO
-Bajo
-Ausencia de control y disciplina; ausencia de retos y escasas exigencias.


PERMISIVO


INDIFERENTE

Esta tabla es muy explícita. Las consecuencias que puede acarrear cada uno de estos tipos en el niño puede ser brutal.

¿Vosotros qué pensáis? ¿Cuál va a ser el tipo de padres que hará que mejore el autoconcepto, la seguridad y confianza que tiene el niño de sí mismo, fomentando así sus relaciones personales y la comunicación entre ellas? Por supuesto, el democrático.
Todos los demás tipos van a traer problemas.
Y lo peor de todo es que no puedes evitar posicionarte en alguno tras leerlo y descubrir que la relación que tienes con tus padres no es tan buena como parecía.
Se les echa siempre las culpas a los niños por ser malos hijos y, tras todo lo que he tenido que estudiar al respecto, echaría la mitad de las culpas a los padres. Porque la tienen, a pesar de que no quieran admitirlo. No tendría la necesidad de mentir, de llegar tarde a casa, de ocultar información, si ellos me diesen un voto de confianza, si ellos accediesen a hablar las cosas sin imponer el típico argumento de: "Porque lo digo yo", "Mientras vivas bajo este techo harás lo que yo diga" y "Me da igual lo que hagan los demás". ¿Así es como queréis conseguir que vuestros hijos os hagan caso? Conseguiréis el efecto contrario, que es alejarlos más de vosotros. Porque todo esto va porque llega un momento en el que, al igual que tenemos que admitir que ya no somos unos niños, ellos tienen que admitir que nos perderán, como ellos perdieron a sus padres. La relación padre-hijo llega una edad que se debilita. Y se va deteriorando. Es ley de vida. No siempre estaremos en el nido bajo un cascarón. Algún día habrá que romperlo e irse a descubrir mundo y encontrar tu propio nido.

A mí ya se me ha roto el cascarón y estoy en busca de mi nido.

PD: Siento no haber actualizado ayer, entre unas cosas y otras no pude. Espero que no os importe y no os penséis que es que he incumplido mi promesa.

¡SIGO AL PIE DEL CAÑÓN!

3 de febrero de 2014

Retazos de sabiduría escondidos en páginas de libros (Demian).

«Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
(...)
Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque creen que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino que elige la mayoría».

2 de febrero de 2014

De casualidad en casualidad.

«En aquella época encontré un extraño refugio. Por «casualidad», como suele decirse. Pero esas casualidades no existen. Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propio deseo y la propia necesidad conducen a ello».
Mi vida es una casualidad ya en sí. Vivo de deseos y pasiones, de anhelos y nostalgia. Todo lo bueno que he vivido me ha costado miles de suspiros. Aquéllo que deseaba, en teoría, se ha cumplido. Y quizás, si algo no ha ocurrido es porque no lo necesitaba realmente.
Vivo en una casualidad constante. Y no es algo que me desagrade, al contrario. Soy amante de las casualidades y de mí misma, por hacer que aquéllo que tanto ansío se cumpla, tarde o temprano.

«Las casualidades son mi debilidad; son las únicas cosas de la vida que consiguen quebrantar mis reglas».

1 de febrero de 2014

¿Cómo es Aida, ésa que se esconde tras estas palabras?

Primero empezaré por las capas externas.

Soy una persona de estatura media. Ni muy alta ni muy baja. Con curvas, eso sí. Bastantes. Mayormente porque es lo primero que llama la atención y por todo lo que me ha condicionado.
Lo malo de todo esto es que a las curvas les acompañan unos bonitos michelines. Sí. En estos últimos años he engordado un poco más de lo que debería. Estoy sufriendo cambios en mi vida y no hago lo mismo que hacía antes. La vida ha querido que los coja.
Tengo el pelo de color rubio. Natural. Cosa que pueden decir pocas mujeres actualmente. Siempre es una de las cosas que más me ha gustado de mí. Hecho que también me ha diferenciado siempre de las demás.
Dicen que tengo una sonrisa sincera. Desde que me quitaron los brackets, mi sonrisa ha estado presente siempre en mi rostro. Jamás la he lucido tanto.
En cuanto a mi color de ojos, es discutible. Sonará raro pero con los años se me han ido aclarando. He pasado de un marrón claro -miel- a pardo. Es una cosa que me encanta porque no hay nada que admire más como un color de ojos claro. Y joder, ahora tengo verde, ¡VERDE!
Al gustarme tanto los ojos, la mirada para mí es un factor importante. Dicen que tengo una mirada expresiva. No se equivocan. Hay quien sabe leerme a través de ella.


Ahora en cuanto a las capas más internas.


Nunca he sabido definirme. Me cuesta más si tengo que hacerlo de forma general. Si me preguntas, ¿cómo reaccionas ante X situación? Soy capaz de responderte más fácilmente. Lo intentaré igualmente.


Soy una persona empática. Aquella que tiende a dejarse llevar por los sentimientos pero que los evita. Odio los enfados y tiro la toalla bastante rápido. No tengo paciencia -conmigo misma- pero con los demás, la cosa cambia.
Me gusta disfrutar del presente, aunque no por eso dejo de ser nostálgica. Me es inevitable echar la vista atrás de vez en cuando. La nostalgia es el precio que hay que pagar por haber sido felices y yo lo pago siempre que puedo.
Soy tolerante y respeto a todas las personas y sus opiniones. Asumo las consecuencias de los actos; los entiendo. Me pongo en el lugar de los demás. Soy bastante inocente e ingenua. Cercana y amable. Me gusta la compañía. Aprendo muchísimo de ella. Por lo que ayudar a los que más me importa es algo que me gusta hacer. Aunque sea sacarles una simple sonrisa. Eso me hace muy feliz.
En cuanto a mí, bueno. Vago a la deriva, sin saber muy bien adónde voy. Me cuesta entenderme porque si lo hiciera, me hubiera ahorrado muchos problemas. En definitiva, una luchadora en el cuerpo de una cobarde.
En cuanto a lo que ven los demás es todo lo contrario. Suelo ser abierta, pero tengo mi corazón bajo siete llaves. Quizás eso es lo que eche para atrás. Que hay que conocerme bien para entenderme. Y hay personas que no son capaces de correr ese riesgo.
Además de que, según me han dicho, parezco borde y fría. Inaccesible. Cuando para nada soy así.


Qué irónico. 

31 de enero de 2014

Desahogarme, y ya.

Lo que puede llegar a cambiar un día y su correspondiente estado de ánimo en menos de 24 horas es totalmente surrealista.
He pasado de estar pletórica, con ganas de correr más rápido que el tiempo y llegar a esa ansiosa libertad que tendré dentro de unos días -los cuales se me harán eternos- a una desdicha y un asco impresionante.
Me enerva, y mucho, que siga habiendo ese comportamiento infantiloide en algunas personas. "Oh, que si no haces X me voy a chivar", "Si voy a tener que esperar, no voy" o frases de ese estilo, me minan mucho la moral. ¿De qué sirve el rencor? ¿Tan adictivo, placentero y aliviador es que hacéis que vuestra cabeza -y vuestro cuerpo- almacene tantos sentimientos malignos hacia alguien? ¿Tan difícil es plantarle cara a los contratiempos que se te presenten? ¿Por qué huir? ¿Por qué evitar?
Muchas veces pienso que las personas suelen plantearse estas preguntas. Que guardar maldad al final no te deja vivir y evitar cualquier situación que pueda alterar ese estado de bienestar que te has creado no arregla tus problemas, al contrario, los agrava. Y bueno, yo misma respondo a esa pregunta. Lo lógico (aunque quede muy socrático) es que si eres consciente de ésto, te lo has planteado e interiorizado, no caigas en el error de llevar a cabo ni dichos actos, ni digas esas palabras.
Con esto no intento nada en concreto. Sólo desahogarme y ya está. Porque estos pequeños comentarios me suelen llegar a menudo (más de lo que me gustaría) y no sé qué hacer con tanta estupidez e inconsciencia junta.
Ahora solo os tengo a vosotros, queridos lectores.

30 de enero de 2014

Indignaciones varias.

Tengo la imperiosa necesidad de escribir esta vorágine de oscuros pensamientos que se están enzarzando en mi pequeña cabecita y no me dejan seguir con mi pacífica vida.
Para que sepáis de que va mi indignación, hablaré de estos temas principalmente: la nota académica como una buena no-manera de evaluar y el estúpido convencionalismo social por antonomasia: los regalos (no solo entre parejas).

Una de las cosas que me repatea es escuchar en la Universidad (que ya se da por hecho que no vas a aparentar, a pasar el rato o a ligar) la frase: "Eh, que he sacado más nota que tú" o ya no solo porque una persona en concreto te lo diga, sino que todo el mundo esté pendiente de las notas de los demás, como si eso fuese a influir o ayudar a sentirte mejor contigo mismo. Me parece estúpido.

Es cierto que es algo que está muy a la orden del día. Siempre, desde bien pequeñitos, hemos estado presionados a sacar la máxima nota posible. Y dentro de unos límites lo veo razonable, no os penséis que no. Pero llega un momento en que la línea se sobrepasa y más que motivar al niño en cuestión, lo que estás haciendo es que memorice como un papagayo, sin importar si realmente entiende lo que está leyendo. Y es ahí donde se origina uno de los problemas más comunes actualmente. El no saber adaptarse a cualquier pregunta, ejercicio, cuestión (¡qué más da!) que les presenten porque si se sale del temario estrictamente estipulado están perdidos.

Quizás (y solo quizás) puedo llegar a entenderlo en Primaria, en la ESO o incluso en Bachiller debido a que se les enseña a los alumnos de forma muy básica los conceptos y los conocimientos clave que, mucho después, les servirán como pilar para aquello que vayan a estudiar. Sin embargo, la Universidad es diferente. Es un cambio, sí. No solo a nivel de exigencias (en realidad excepto los trabajos grupales y las clases de teoría no te obligan a absolutamente nada) sino en cuanto a libertad (como he comentado antes) y en cuanto a las asignaturas. Siempre va a haber asignaturas que pienses que no sirven para nada. Y lo veo lógico. Incluso yo he llegado a pensarlo. Pero cuando te paras a reflexionar en para qué sirve todo lo que estás viendo, lo que te están ofreciendo, entiendes que lo que intentan hacer (por lo menos en Psicología) es abarcar todas las corrientes, conocimientos, áreas y estudios posibles. Para que, llegado el momento, elijas por dónde tirar sin olvidar el que te sepas (aún así) defender ante cualquier situación que se te presente. He ahí el quid de la cuestión. Se abarca tanto porque encasillar a una carrera en unas determinadas asignaturas es un error. Limitar el conocimiento, en sí, ya es un error por lo que, hacerlo con una carrera también lo es. Todo vale. ¿Qué manera de aprender es esa en la que te limitas, te pones un tope? ¿Qué tipo de personas son aquellas que memorizan y vomitan, sin sacar ninguna conclusión de aquello que se han "estudiado" y sin leer ni buscar información aparte? ¿Se piensan que solo con el temario dado en clase es más que suficiente para ser un buen psicólogo?
Mi opinión al respecto es que no, obviamente. La memoria es muy puta. Más de la mitad de los conocimientos que aprendáis (y aprenda -me incluyo-) a lo largo de este año se esfumarán, tan rápido como vinieron. ¿Qué queda entonces? Dependerá de la cantidad de información que hayas interiorizado, que hayas reflexionado, que te hayas cuestionado. Y, sobre todo, aquellos apuntes, vídeos, artículos, libros que hayas sido capaz de recopilar, apuntar o visionar. Es esa la manera más eficaz de aprender. No como llevan haciendo desde que somos pequeños. No quiero que me malinterpretéis. Es necesario que haya una parte teórica siempre, por supuesto. El problema no es qué sino cómo. El cómo nos lo enseñan, el cómo lo evalúan. Ahí radica el problema. Que ni el sistema educativo actual es eficaz y eficiente (ni creo que lo sea nunca si seguimos con esta estructura: profesor con función de cura que enseña a sus hermanos la palabra del Señor) ni la forma de evaluarlo tampoco. Tal vez, en cuanto a la forma de evaluarlo, no quedaba otra. Es decir, que es una forma bastante objetiva y sencilla de cualificar los conocimientos de alguien, pero NO es suficiente. Para nada. Más que nada por el factor sorpresa, por la incertidumbre de qué es en sí la vida porque nunca sabes qué va a pasar.

La profesionalidad de un buen psicólogo (y ya no solo éstos, sino cualquier persona que ocupe un puesto de trabajo en una determinada área) dependerá de la capacidad de resolución de problemas. En la forma más beneficiosa y rápida para el paciente, etc. ¡Yo no me pondría en manos de alguien que tiene que mirar un manual constantemente para saber qué me ocurre! Porque ese es el problema, que delegamos nuestra vida (y salud) en ellos. Dependemos de su diagnóstico y de su tratamiento. Ponemos nuestra vida a su merced porque damos por hecho que van a hacer (dentro de lo que cabe) su trabajo lo más objetivo y eficaz posible.

Por esta, y muchas razones más, veo inútil que una persona se crea superior a otra por el hecho de haber sacado más nota en un examen. ¿El examen te dice lo capacitado que estás, la preparación que llevas para abordar todo tipo de situaciones que se te den, lo buen psicólogo que eres? Me temo que no. Y por desgracia, con dieciocho, diecinueve años (¡o más!) todavía siguen habiendo personas así. Personas que se creerán que unas buenas calificaciones denotan que es un buen profesional (¡o incluso que es más inteligente!) y no. Y os parecerá una tontería pero, delegaréis vuestra salud mental a estos profesionales. Algo bastante importante, creo yo.


Por otra parte, (que ya era hora) venía hablar del convencionalismo social que más hastío (por no decir asco) me está dando actualmente y son los regalos.
Su función (y se va haciendo más plausible conforme vas creciendo) es que te sea útil. Ni más ni menos. ¿Para qué quieres algo que no te piensas poner por el hecho de no gustarte o no necesitarlo? ¿Para qué quieres ir con prisas a la tienda más cercana a buscar algo (que puede llegar a gustarle) obligatoriamente por ser el cumpleaños, aniversario (en términos de pareja) o cualquier otra festividad (absurda)?
No abogo por el anti-consumismo. Estoy de acuerdo. Las campañas están para la compra abusiva (y a veces hasta irracional) de objetos o prendas y beneficia tanto a los vendedores como a sus empresas correspondientes. Pero, qué más da la fecha. La magia de regalar reside en el factor sorpresa, en ver algo que te recuerda a una persona y comprárselo porque sepas que le va a gustar; algo que sepas que va a utilizar. ¿Para qué comprar algo que va a tener apartado, escondido en un armario o incluso (en algunos casos) tirado en la basura de su casa? ¿Qué necesidad hay? ¿Cuántos más regalos haya, más te querrá la otra persona? Me temo, querido lectores, que no.

No sé si os pasa a vosotros, pero el hecho de que te regalen te mete en un compromiso. Es algo que debes hacer tú también por respeto a la otra persona. Porque en realidad, aunque insistan en que no, les gustaría obtener un regalo a cambio llegado el momento oportuno. Lo peor de todo este asunto es que no puedes elegir el que te regalen o no. Y he ahí el compromiso (estúpido) en el que te ves involucrado sin quererlo.

Seguid regalando cosas inútiles a la persona que más queréis en vez de gastároslo en pasar un fin de semana en algo sitio especial o en una cena romántica (algo que podáis disfrutar los dos, ¿no?). Basad vuestra relación en la cantidad y la calidad de los regalos que os den que os irá muy bien.
Ya me dará el tiempo la razón (como siempre).

Gracias por haber ocupado una porción (valiosa) de vuestro tiempo en leerme y...

¡Hasta mañana!

29 de enero de 2014

Personas como libros. O libros como personas, según se mire.

Ayer, a las cuatro y pico de la madrugada tras haberme terminado un libro, no sé por qué me vino ese pensamiento. Se materializó tan rápidamente en mi cabeza que no pude más que asentir y decir: "Joder, qué razón tienes".
Suele pasarme a veces, sin más. Pero a lo que iba.

Las personas somos como libros. Todos tenemos nuestra historia. Hay algunos más cortos que otros, unos con una portada atractiva que hace que tengas más ganas de leerlo u otros que, por el contrario, no te llaman nada la atención a la hora de leerlos pero una vez que lo haces, no te arrepientes.
No pude evitar sentir que había una gran relación entre cómo somos las personas y cómo son los libros.
Como ya he comentado, fue el último libro que me leí el que me dio ese empujoncito. Recordé, sin más, muchos de los libros que me había leído durante mi vida e irremediablemente pensé: "Este que acabas de leer sinceramente no te pareció muy interesante cuando leíste la sinopsis y a pesar de ello te lo llevaste a casa. Lo cogiste a expensas de que no te gustase. Poco te importó después. La forma en que estaba narrado te gustaba. El autor también. ¿Por qué no?" y así fue.

Nada más empezar no me atrajo mucho. Es la verdad. Pero no pude dejar de leerlo. No pude más que asumir que, por poco adictivo que fuese, no podía dejarlo a medias. Un querer y no poder. Y aunque no consiguió hipnotizarme, disfruté mientras lo leía. De hecho, tarde sólo un par de días en acabármelo, aun disponiendo de poco tiempo. ¿Por qué? Me dije. Si en realidad, no me había gustado tanto. Y entonces caí en la cuenta.
Es como si, el hecho de leer un libro, sea como conocer a una persona. Cada persona escribe su historia conforme va avanzando en lo que llamamos comúnmente «vida». Cada persona tiene una portada, más o menos atrayente. Cada persona tiene número de páginas. Cada persona aborda un tema o procesa los sucesos que va viviendo de forma diferente, tiene una forma diferente de concebir el mundo y una forma diferente de plasmarlo por escrito. A veces, más simple de entender; otras no.

Sin embargo, todos y cada uno, a pesar de todos estos requisitos, somos libros. Por supuesto, no vamos a gustarle a todo el mundo. No obstante, siempre habrá alguien que decidirá asumir la responsabilidad y las consecuencias de leerte y no ponga ningún tipo de pega. Que le guste más o menos. Pero no podrá decir que no lo ha intentado, que no se ha arriesgado ciega y voluntariamente.

Nunca se sabe cuánto te puede atrapar un libro. Escasas veces se sabe desde un principio. He ahí la gracia de leer. El hecho de descubrir una historia realmente interesante, bien narrada, con personajes logrados y tan atrayente, que asuste. El hecho de que tardes poco en leerlo síntoma, pues, de que enseguida has congeniado con él; creado un vínculo que solo vosotros entenderéis.

También habrá gente que no le gustará leer. Que se guíe solamente por la portada o por la sinopsis. Que lean los libros que todo el mundo lee o únicamente los que le recomienden. Que la sola idea de hacerlo le produzca hastío.


Ahí está la cosa: todos y cada uno de nosotros, en mayor o menos medida, somos libros. Incompletos y en constante cambio y evolución.

28 de enero de 2014

Olores.

Me gusta el olor de los pintauñas la primera vez que los abres, del quitaesmalte, de la gasolina, de los permanentes, del pegamento. 
Me gusta el olor a humedad y a lluvia; sobre todo de esa que te sorprende en el momento más inoportuno.
Me gusta el olor de las panaderías o de lugares como el Pollastre Alicantí, donde se te hace la boca agua con tan solo pasar.
Me gusta el olor de la pasta o de alguna de mis comidas preferidas nada más entrar en casa ya que mi madre siempre ha sido muy de cambiar y nunca he sabido qué comida me esperaba al llegar. Así que, volver del colegio cuando sientes que tu estómago va a explotar del hambre que tienes, no saber qué vas a tener de comer, entrar por la puerta y oler esa comida que tanto te gusta y te apetece, es lo mejor del mundo.
Me gusta el olor que tienen las personas. Sobre todo si es muy característico. Porque encontrar una persona con el mismo olor hace que mi cabeza se inunde de recuerdos. 
Me gusta que si alguna de estas personas tocan cosas mías las dejen impregnadas de ese olor suyo tan único. 

Me gusta entrar en alguna de esas casas y encontrar ese olor.
Me gusta el olor de las cosas nuevas. Libros nuevos, cualquier objeto que estás a punto de estrenar. Me gusta el olor a pintura, a chicle...
Pero, por encima de todo, el olor a fornicación. Ese olor tan característico que queda, bañando las sábanas que acaban de presenciar el acto más maravilloso que existe; que hace que se pare el mundo entero y que el universo se alinee. Esa armonía. Como si fuera una mezcla entre lo terrenal y lo divino. Y lo es. Por supuesto que lo es.

27 de enero de 2014

Nunca olvidaré.

Nunca olvidaré esa media sonrisa que era capaz de helar el alma de una sentada. 
Esa risa tan especial que mostraba esa dentadura suya tan perfecta.
Esa que no solía enseñar y verla te hacía sentir la persona más afortunada del mundo.
Esa manera de andar tan característica. Como arrastrando los pies. Con desgana. Como si estuviese cargando un gran peso bajo su espalda.
Esa manera de sacudirse el pelo tras la embestida de una ráfaga de viento, la cual hacía que se despeinase y sintiese la necesidad de colocárselo como siempre. Siempre de la misma forma. Como si no pudiese seguir siendo sin que todo estuviese como al principio.
Esa forma de apartarse las pequeñas greñas del pelo que le caían por la cara con ese movimiento tan felino.
Esas rarezas que pocas personas entendían.
Esa forma de destacar solo para las personas que no buscaban la normalidad.
Esa forma de atraer e hipnotizar con tan solo unas palabras. Palabras salidas de una cabeza que interesaba por la cantidad de contenido que debía haber.
Esa manera de mirarte tan fijamente, sintiendo cómo atravesaba tu alma, te examinaba las vísceras y salía. E incluso antes de que acabase, ya tenías que desviar la mirada hacia otra parte si no querías salir perjudicada.
Lo gratificante que era ver cómo la gente te agradecía que lo viesen más simpático, más dicharachero. Con sangre en las venas. 
Una de las mejores sensaciones, sin duda. Esa sensación de sacarle a los demás lo mejor que tienen dentro.
Y aún así, que él te hiciese sentir la persona más estúpida del mundo.
Y, a pesar de todo, sonreírle. Como una tonta. Pensando que, quizás y solo quizás, en un universo paralelo él fuese el que sonriese con cara de idiota y yo solamente le mirase.